La peste y otros descalabros

En agosto de 1647  murió  Luisa de Guzmán, hija natural del duque, monja en el convento de Madre de Dios de Sanlúcar. El carpintero que hizo el ataúd tomó mal las medidas,  retrasando el entierro, pues al no caber el cuerpo, tuvo que hacer un segundo. Asistieron los clérigos y los frailes de San Francisco. Cobraron sus preces, pese a recibir limosna regular del padre de la muerta. La gran epidemia apuntó en Murcia. En 1648. Al año siguiente, el agente en Sevilla describió escenas dantescas: "hoy desde las ventanas de este cuarto", que daban a la actual Plaza del Duque, "levantándome por la mañana, vi a la puerta de la Iglesia de San Miguel, cuatro cuerpos muertos con cantidad de ropa, que los cargaron en un carro". En la misma plaza cargó "más cuerpos y cantidad de ropa". Los sacramentos se impartían por las calles. En 15 o 20 días, murieron de seis a siete mil personas, huyendo los que tenían obligación de quedarse. El Asistente Alberto Pardo Calderón y Jerónimo de San Vitores, pidieron asilo en Marchena, al Duque de Arcos. Aceptó el señor, pero el pueblo se amotinó, impidiendo que entrasen en la villa. Se refugiaron en casas de campo, por no tener sus ocupantes fuerza material para echarlos. La peste entró  en Huelva en mayo, por Villablanca. Olvidando su situación,  Gaspar de Guzmán escribió al corregidor: "no os descuidéis en que se mire por los pobres y afligidos, y que se acuda con caridad a lo que se ofreciere con todo desvelo, como se hace en todas partes de que tendréis noticias, porque el buen gobierno cura los daños que trae consigo la omisión y poca atención de mirar por las repúblicas". Los de Almonte trajeron la Virgen de las Rocinas a la parroquia. Y le atribuyeron la salud. No la hubiesen tenido de no organizar patrulla de 16 vecinos, a caballo y a pie, cerrando el paso a forasteros. Los de Bollullos huyeron desordenadamente, refugiándose en chozas aisladas.  Murieron 18 personas, siendo acusados por los almonteños de desidia y desorganización. Sus vecinos evitaban el contacto pero les dejaban alimentos y medicinas en sitios señalados,  "porque es lastima se mueran como marranos". 

Al llegar el contagio a Sanlúcar, los de Almonte amenazaron a los guardas de Doñana con matarlos, si permitían que ser viviente  desembarcase en la playa. Interrumpida la caza de patos y reses, con destino a los recoveros,  los de la Junta de Hacienda esgrimieron el perjuicio causado a los ingresos del duque, pidiendo que moderase a los de Almonte, porque eligieron el bosque por refugio.  No hizo falta que el Guzmán intuyese su intención, para que diese respuesta definitiva: "mientras la salud no se declare, no hay que admirar que se guarden todos de la comunicación, ni hay que culpar a los de Almonte, pues todos querrían asegurar la vida como joya tan preciosa. Y de que soliciten en orden a esto no pase nadie por la barra, no os debe admirar, si no las demostraciones que dejan de hacer, pues en tales ocasiones, no hay padres para hijos".  En Coníl quisieron aprovechar la desgracia, para obtener medida provisional, con intención de hacerla definitiva. Aislado Vejer por razones sanitarias, pidieron autorización para construir molino harinero, donde llevar su grano. Evidente el perjuicio que causarían a los tenía el duque, en la Rivera de Santa Lucía, el Guzmán cortó por lo sano. Si necesitaban falta molino, lo haría a su cuenta, "para que no se lleve otro el aprovechamiento".  

  Al año siguiente la peste rebrotó en Sevilla. Médico y cirujano portugueses, con sus pócimas, sumaron 18 víctimas a las  50.000, que hizo la epidemia. El mal remitió en abril. Restablecido el correo, las cartas se bañaban en vinagre, secándolas en horno caldeado con romero, enebro y otras plantas aromáticas: "llegan a nuestras manos bien chamuscadas". En junio recrudeció la peste, llenando los hospitales de la Misericordia y la Sangre de Cristo. Voluntarios atendieron a los enfermos, siendo muchos los "valentones" que "se han reconciliado con la Iglesia, en entrando a servir". Se encargaban de la enfermas "mujeres piadosas". Unas y otros trabajaban desnudos,  por evitar la infección de la ropa.  Los apestados eran llevados en silla de manos al hospital. Los de Triana embarcaban en falúa. La remolcaba un barco, hasta el muelle del Patín de las Damas, donde desembarcaban los enfermos. Quemadas las ropas, se hicieron 2.000 trajes, mitad de hombre y mitad de mujer, para los que sanaban. Según suele ocurrir en este país, el desorden ordenado de la solidaridad, suplió el déficit de unos servicios oficiales, caros e ineptos, cuando no inhumanos. Los curas cumplían impartiendo el viático por las calles. Cerradas las iglesias, restringidos los cultos,  el día de San Pedro y San Pablo hubo misa solemne, en la parroquia de San Miguel, única en la ciudad. Llegó el mal a Córdoba y se rumoreó que en Madrid, se produjeron muertes repentinas. Alarmado el duque, pidió al agente Juan de Ojeda que dejase Sevilla. De no haber numerario donde estuviese,  mandaría la renta en aceite o cualquier mercancía, con salida en la corte.  Ojeda  aguantó  hasta que la peste entró en la casa, afectando a 13 personas. Se acogió a Salteras, escapando a medias a la "tragedia universal de esta ciudad", que parece "un páramo". Esta vez el Conde – Asistente se refugió en el palacio del Marqués de Villanueva, que estaba en Dueñas.

En Valladolid, el de Medina asumía el papel de novio, en boda por poderes de su sobrino, el Marqués de Tábara, con hija del Conde de Benavente [1].  Y hubo de festejar el segundo matrimonio de Felipe IV. Afectadas sus finanzas por la desgracia, que asolaba los pueblos, incidió la impericia y deshonestidad de los reales oficiales: "si la dicha administración no se hubiera quitado a mis criados, hoy fuera mucho menos el empeño con Palavesin y de las alcabalas y de la aduana de Sanlúcar", lamentó en su testamento. Invadido el Condado por el mal, los prestamistas cerraron la bolsa. Y los Guzmanes se vieron en "aprieto irremediable.., por no tener donde volver los ojos". Pedro Aguado, acreedor en 60.000 reales, con "los sucesos presentes se ha retirado de fiar y dar la menor cosa, y obliga a comprarlo todo con dinero en la mano". Empeñadas  las dehesas de Bollullos, para contentar a Spinola. Anulada la subasta de los cortijos de Trebujena,  Gaspar quiso darles salida: "los aprietos son iguales al sentimiento de Palavesin, y así deseo que por el medio que fuere posible, tengan efecto estas ventas". Y resumió: el tiempo "llega a ser tan miserable, que me obliga a desear un retiro y entregar mi casa, por no tener caudal para otra cosa, por lo que producen los vasallos y la mala salida de los frutos, a cuyo título no se cobra un real, ni hay quien lo tenga".

Pasado el mal trago de licenciar criados, escribió: "ha días que lo había de haber hecho, más como este lugar es lucido, no me determinaba hasta verme en otro más corto, para con más libertad ceñirme y sujetarme al caudal que tengo y a lo mucho que he menester, por las obligaciones en que dios me ha puesto".  Y desafió al que dirán: "visto que el salir de aquí tiene inconvenientes por la salud y el gusto, me he resuelto a no mirar el que dirán, por escusar cuanto debe y en lo que esta empeñado, un Duque de Medina Sidonia". Condenado por el rey ante sus coetáneos y la historia, asumió con indiferencia las críticas, de los que nunca le ayudaron.  Según costumbre, lo psicológico se reflejó en el físico: "mi salud no es tan perfecta como yo había menester".  Guardó cama, pues por agosto estaba "bueno y levantado". Fallecido Lorenzo Dávila,  se descubrió agujero en administración, que confirmó alusión de Esteban Belluga: “a 24 años y más que sirvo, y lo que he granjeado ha sido necesidades y empeños. No juros, casas, salinas y haciendas, pero bien sabe Dios cuanto más gustoso me hallo así que de otra manera, en el modo que ello es”.

Obligado a suspender mercedes, otorgadas en tiempos mejores, advirtió a Martín Dávila, heredero de Martín, que habría de entregar los 138 cahíces y 3 fanegas de sal,  que representaban el 6% del producto de las salinas del padre. Ganando tiempo, preguntó si debía contar la suspensión del perdón del pago, desde la fecha en que se firmó la carta, o desde su recepción. Respondió el duque que debía entender lo primero, "sin poder alterar lo que una vez resuelvo, motivado de mis empeños y necesidades, que me obligan a esta demostración y otras, que se hicieron en otros criados". La respuesta fue negativa a entregar un grano de sal, manifestando los de la Junta su impotencia.  Siendo individuo "muy abonado" en Sanlúcar, quedaría en pérdidas el dinero gastado en justicia, pues no le obligarían a pagar. Inútil intentar que los jueces embargasen bienes de cacique, el milagro de encerrar a Felipe Díaz por deudas, paró en fiasco. Denunciado al alcalde mayor que entraba y salía de la cárcel, como le venía en gana, le multó con  4 ducados y con 8 al carcelero. Pagados, volvieron a las andadas. Por desánimo o carencia de ética, los representantes de Guzmán renunciaron a recurrir a una justicia, hostil a su patrón y a cuantos le favoreciesen.  Buscando el favor de los dependientes de la corona,  hicieron oídos sordos  las órdenes, procedentes de Valladolid,  pasando por alto el atropello. En noviembre de 1646. Juan Jiménez Lobatón se apoderó de la chanca con "violencia y señorío", metiendo 2.000 arrobas de aceite, a vista de ministros y justicias,  por ser protegido de Medinaceli. Sospechó el Guzmán que el aceite pertenecía al Capitán General. Y quiso averiguarlo. Se haría con cautela, pues meter las narices en los asuntos del los hombres del rey,  era  peligroso.

Honestos los guardas del Coto, escribieron desesperados a Valladolid. Los de la Junta daban permisos verbales para cazar,  a quien mejor les parecía, incluidos individuos sin escrúpulos, como Felipe Menjibar. Quiso meter jauría de Almonte en la Vera, oponiéndose el guarda mayor, pues estando las conejas preñadas, el daño sería irreparable. Los  protegidos de Fray Blas, capellán que fue del bosque, monteaban a placer, ejerciendo de furtivo el hijo del alcalde ordinario de Almonte. El Canónigo Pichardo mandaba criados en busca de jabalís, con carro para cargar las piezas. Habiendo conseguido los guardas prender cinco furtivos, da calaña similar,  el juez los puso en libertad. Sería entonces cuando el guarda escribió al duque, sin pasar por intermediarios: "mejor sería que a todos nos despidiesen, porque es fuerte lance cansarme yo y cobrar enemigos y luego salir libres los agresores, conque pierden el miedo y procuran destruir este sitio". A los depredadores locales se sumaron los sevillanos. No pudiendo desatender recomendación del Duque de Alba, el duque autorizó a Diego Jalón y consortes, a cazar en Doñana. Los guardas denunciaron su comportamiento al patrón, que confesó su debilidad: "aunque es grande el daño que hacen  en el Bosque los caballeros de Sevilla, que no parece van a otra cosa que ha destruirlo", entraba en lo posible que de negarles la entrada, lo hubiese perdido, no estando dispuesto el rey a que vasallo en desgracia, fuese poseedor de lo que hombres del rey ambicionaban.

Hidalgo, tesorero en Huelva, vacío la caja, haciendo "estragos que nadie puede ignorar". Encargado el licenciado Blanco, "que nunca tuvo brío para sacarlo", intentó recuperar lo sustraído, lamentando el de Medina la "falta de ejecutores que obedezcan mis ordenes y las prosigan, con entrega y puntualidad". Cuantiosas las pérdidas ocasionadas por desidia y pasividad, el afectado se refugió en consideraciones morales: las faltas "mejor es que se paguen en esta vida con la hacienda, que en la otra con la pena de sus culpas". El P. Echevarria aceptó encargarse de reformar la administración, subiendo a Valladolid para planificar el remedio. De regreso en Sanlúcar, hizo de su celda en Santo Domingo sala de reunión de la Junta. Introdujo la novedad de discutir las cuestiones, sin plegarse a la autoridad del presidente, asentando en libro de actas opiniones, objeciones y decisiones, reorganizando el consejillo. En 1654, "habiendo reconocido las quiebras considerables que ha padecido mi hacienda, en la absoluta administración de un ministro solo, y atendiendo a que por la de muchos, puede tener mejor cobro", el presidente perdió el derecho de veto, quedando reducido a tres miembros: Miguel Páez de la Cadena, José de Torres y Esteban Belluga, siendo adoptados los acuerdos por mayoría. Al ausentarse el P. Echevarria, se probó  sumar mediocridad, no puede suplir a una inteligencia.

En cédula de 6 mayo de 1661, el Consejo de Hacienda admitió la lamentable administración, de los burócratas de la corona. Pagando las deudas, sin exigir comprobante, hubo quien cobró sin ser acreedor, otros más de lo que correspondía, sin conseguir un maravedí, los que tenían pleno derecho: "por falta de conocimiento que los administradores que habían sido de las dichas rentas, habían tenido de los arrendatarios de ellas y sus fiadores, había habido en ellas grandes quiebras, con notable daño de la hacienda del dicho duque y de los dichos acreedores". Flagrante la malversación, el representante del duque en la aduana podría llevar los libros,  con los oficiales del rey,  supervisando el tráfico de Bonanza. 

El conde de Santisteban, que controlaba la Chancillería de Granada y en consecuencia el poder judicial, decía públicamente que en cuantos pleitos fuese parte el Duque de Medina Sidonia, haría lo necesario para que ganase el contrario, aunque no tuviese razón. Sin más recurso que el pataleo, contra el desconocido enemigo, Gaspar le escribió: "por muchas demostraciones con que su señoría ha declarado no solo que me hace poca merced, pero que trata mis particulares con más rigor y aspereza que otros algunos", ninguna había sido tan evidente, como la forma que tuvo de "atropellar" pleito de los vecinos de Vejer. En 1648, consiguieron que los oidores de la Chancilleria limpiasen el cabildo, mandando a su casa a unos ediles impresentables, denunciados "por deudas al posito y... por diferentes causas". Regla en el pueblo que el cabildo saliente eligiese al entrante, al romperse la cadena, hubo de suplir el señor. Agobiado pidió informes, coincidiendo la opinión en señalar a Felipe Salinas, como individuo idóneo para ejercer como alcalde. Pero tenía tan pocos deseos de meterse en cuestiones de gobierno, que no lo haría, aunque lo pidiese el duque. Un tal Fuentes haría buen papel, pese a ser menos apto, siendo seguro que aceptaría el nombramiento, de escribirle el Guzmán. En cuanto al hijo de Vallejera y otros voluntarios, "aunque no estuviesen en el mundo, no harían falta". 

A 27 de octubre de 1651, Gaspar creó un "Tribunal de Conciencia", formado por Fr. Tomás de Llano, su confesor, catedrático de prima, rector de S. Gregorio y Fr. Juan del Espíritu Santo, comendador de la Merced Descalza,  para que "me ayuden a salir del escrúpulo del gobierno de mis estados y para que puedan libre y espontáneamente, proponerme y aconsejarme cuanto convenga a este fin". El documento, impreso,  fue pregonado en los pueblos del estado, con carta adjunta, "en que asegure que las que me escribieren sobre materias tocantes a conciencia, las leeré yo solo, sin que secretario ni otra persona pueda abrir, para que con toda satisfacción del secreto se declaren conmigo, y me den los avisos y noticias que más convengan". Fluida en otro tiempo la comunicación con los vasallos, la lejanía la hizo complicada, pues escribir o viajar a Castilla, sin alertar a los espías de  caciques locales, era virtualmente imposible. Interceptada la carta, el denunciante era represaliado, en proporción a la gravedad de la denuncia. Complicado en consecuencia conseguir información fiable, el duque pagó visita general, a cargo de Fr. Juan Bravo, prior del convento de Santo Domingo de Niebla y del Licenciado Francisco González de Paula. 

 

La vida familiar

   Estrechas las relaciones con el clero, el duque favoreció a diferentes conventos, el duque pasaba los primeros días de Semana Santa, retirado en el convento de Abrojo,  del que regresó "muy edificado..., por lo bien que emplean su tiempo los religiosos", asistiendo a los    oficios de San Pablo, en Valladolid. Dio cera a la Parroquia de la Magdalena, para el monumento, regalando 1.100 reales al Carmen Calzado, que estaba haciendo el claustro. La duquesa prefería La Laura. Devota de la Virgen, tuvo reproducción de candelero. Habitual de Las Huelgas, fue amiga personal de la abadesa de San Quirze. A su indicación compró y vistió pollera, manteo de bayeta encarnada y guardainfante. Prohibido el armazón por las leyes contra el lujo, en tiempo de embarazo era de uso común. Adquirido en 1651 y 1653. Al no a aparecer en las cuentas parto ni aborto, posterior al nacimiento de Josefa, no parece que lo hubiese, aunque no falten las coincidencias.  En la preñez de 1647,  mandaron a Juana de Madrid, "para su regalo", dos arrobas de patatas, a 76 reales una, repitiendo el envío en  1651. Devaluadas por recesión de la demanda o crecimiento de la oferta, costaron a  65 reales. La mujer del  conde de Niebla prefería la "batata". Procedían de Sevilla, siendo cultivadas en Málaga. De haberse aventurado al sur de los Pirineos, Parmentier se hubiese ahorrado experiencias e informes [2].

La Marquesa de Priego falleció en 1653. Dejó cuatro herederos. El agente del duque en la Chancillería de Granada viajó a Montilla, para recibir la legitima de Juana. No fue importante, pero ayudo a enfrentar imprevistos, como los daños causados a un buey, por perro del Duque y la muerte del burro del jardinero, atacado por un macho escapado de la caballeriza. Sin medios pero padrazo, el Guzmán pretendió labrar porvenir a los hijos naturales. Inclinado Alonso a las armas, en 1648 Francisco Pinatelo fue a Sanlúcar, con los  caballeros informantes de la Orden de San Juan de Malta,  que hicieron “probanza” de limpieza de sangre de la madre de Alonso, admitido por ser "hijo de doncella honrada".  Juana de Córdoba le preparó cajoncillo con adornos para su persona, mesa y aposento al año siguiente. En 1653 el padre le dio 846 reales, para hacer  el  viaje a la isla de Malta. Pasados tres años, el duque le pidió encomienda.  Ayudó Felipe IV,  pidiéndola al Gran Maestre, que aseguró el futuro del muchacho, haciéndole Bailo de Lora.

  Al regreso del viaje con los caballeros, Pinatelo recogió en Sevilla a José de Guzmán. Adquirida ropa blanca y vestido adecuando a su condición, le llevó a Valladolid. Tras breve estancia en casa del padre, pasó a Villagarcia. En casa alquilada por 150 reales al año, con nueve diarios de ración y dos criados de servicio, administrado e  instruido por el jesuita Domingo de Paz, con dos criados a su servicio,  se preparó a ingresar  en la Compañía  de Jesús. En  1650 regresó a la casa paterna,  para  equiparse y despedirse, ingresando en el colegio navarro de Irache. El padre la hizo llevar diferentes cantidades, por mano de religiosos. Terminado el ciclo, en 1657 fue destinado al convento de Salamanca, permaneciendo en Valladolid, mientras le acondicionaban la celda.

Quiso el Guzmán a todos sus hijos, pero el preferido fue Gaspar. Imposible legitimarlo, por incestuoso,  quedó excluido de la sucesión. Maese de campo en Ayamonte, la persecución padecida por el padre, le alejó de las armas. Elegidas las leyes, pasó a Salamanca. El administrador de la Casa de las Conchas, administraba la casa de Doña Benita, donde residió. Fue su ayo Francisco Díaz Mestre, atendiéndole media docena de pajes, algunos criados menores y un ama, a más de estudiante pobre, que tuvo por compañero y estímulo. Sometido a severa disciplina y talludo, el chico no participó de miserias y travesuras, propias de estudiante. Estando de vacaciones en Valladolid, decidió ingresar en el convento de San Pablo, vocación tardía, que le hizo pasar por los tres estados de segundón de casa grande. Cancelado el contrato de alquiler salmantino, el novicio insistió en que se mantuviese la ración del compañero, hasta que terminase su carrera, por no ser justo que  pagase determinación ajena. Velando por la de Gaspar, en 1650 el padre disimuló su condición de bastardo, haciéndole renunciar a las legítimas "paterna y materna", a cambio de situado anual y vitalicio de 400 ducados. Obligado el Conde de Niebla a continuar pagando, aparece como firmante.

 Al P. Maestro de Novicios, se le regaló lamina del Salvador, con marco de ébano,  sacada del guardarropa. En 1654, el duque escribía a Sanlúcar: "aquí estamos cargados de frailes, y el señor D. Gaspar renuncio a sus leyes para serlo. Toma el hábito en San Pablo de esta ciudad el jueves. A todos nos ha parecido resolución acertada. Dios la lleve adelante". Recibió el prior lámina de Santo Domingo, también del guardarropa, como el escritorio de ébano y marfil, destinado al misacantano, con juego de cáliz y vinajeras, instrumento de trabajo. Rebautizado como  Fr. Domingo de Guzmán, fue destinado a Córdoba en 1656. Llevó carga de cajas de chocolate, lamentando no haber obtenido permiso para  despedirse del padre: "me voy sin la bendición de V.E.".  Pidió que se continuase pasando  dos reales diarios, a Constanza de Jesús: "ya ve V.E. con el  amor que me ha asistido 24 años".

Aquel año pagó el Guzmán la posada de Palavesín, en Valladolid. Venía en busca de poder, para hacerse con los cortijos de Trebujena. En subasta amañada,   celebrada en 1658, se adjudicó Cabeza Alcayde, Monteagudo, Alventos y Monesterejos en 62.720 ducados, que fueron rebajados de la deuda. Enterado el duque, al ser muy superior el valor de las fincas, se opuso a la vente. El genovés respondió embargando las tercias del estado. El presidente de la Junta sanluqueña viajó a Valladolid, comprobando que las quejas de los desterrados no eran exageración. Vio "los aprietos del Duque mi señor, que cada correo tienen mayores ponderaciones y no se puede negar que ahora son con justa causa". Al no presentar Palavesín documento contable, que justificase la evaluación   de la deuda ni la tasación de los cortijos, no se anuló la subasta, pero se reformó el resultado. Tasados en 60.000 ducados Cabeza Alcayde y Monteagudo, se adjudicaron al genovés. Alegando que no hubo pujas en las subastas, el prestamista compró los dos cortijos restantes en 40.000 ducados, pagaderos en 15 años. Con  un interés del 5%, empezó a pagar en 1661. Restituida la dirección de la almadrabas a su propietario, se reservó el producto, para cubrir el pico de la deuda [3].

Deseando librarse de la deuda, el duque suplicó a los atalayas y oficiales de la mar, que no perdiesen un escabote [4], "pues veis el empeño tan grande en que me hallo y que de esa hacienda ha de salir el reparo, por lo que cuesta haberla surtido de todo lo necesario". Entre las tormentas que mandó Dios y los barcos, enviados por los hombres, la pesquería fue lamentable. El Guzmán se resignó,  señalando anomalía, en contradicción con la ley de la oferta y la demanda: "el reparo que hago a vuestra relación, es que pescando tan pocos atunes, los vendáis a tan corto precio, sobre lo que me diréis el motivo". No se lo dijeron ni entendieron qué un empresario, obligado a competir con el bacalao de importación, se preocupase por mantener la calidad y moderar los precios. Queriendo neutralizar los impuestos, que cargaban la sal, concertó con los recaudadores de la Real Hacienda el que gravaba la destinada a los atunes, en un tanto alzado, a pagar por adelantado. Los oficiales no entendieron que debían repartir la rebaja, entre los compradores.  Exigiendo el pago completo, sumaron la diferencia al beneficio, quejándose los mercaderes. Teniendo por clientes hospitales, congregaciones y las clases modestas, el precio del producto lo ponía   fuera de su alcance. Esta vez Gaspar se enfadó seriamente: "el año pasado y los antecedentes, me han dado queja de que los derechos que lleváis por las cédulas de la sal y almojarifazgos, son excesivos y nunca usados, cuando por mi parte se está gastando lo que sabéis, para que halla arrieros y compradores, que saquen el atún. Y así os procuraréis moderar, escusando que lleguen estas quejas de más a mis noticias, que las siento mucho".

Tenía el conde de Niebla 20 años, cuando vacó la Encomienda de Guadalcanal, de la orden de Santiago. Prometida por Felipe IV al abuelo, para el mayor de los nietos legítimos, se consiguieron los despachos en 1650. El genealogista José de Pellicer cobró 200 reales, por intervenir en la prueba. Comparadas las diferentes "futuras", que se habían concedido,  el conde entró en posesión en 1654, por tener la más antigua. Lo celebró yendo de romería a la Peña de Francia, lugar frecuentado por caballeros, que exigió renovar las libreas de los criados. La expedición arrancó, cargando con colchones, por no haberlos en destino. El de Niebla pasó por la corte al regreso, caballero en mula prestada por Pedro Herrera, del Consejo de S.M., seguido de un único lacayo. Liquidados los 3.399 reales de las últimas pruebas,  En agosto de 1655,  Felipe IV designó al Marqués de Aguilar, para armar caballero al muchacho. Pagada en diciembre fianza de 150 ducados, Juan Polo Gamiz, caballero de Santiago, tramitó la exención de seis meses de  servicio en galeras, que había de cumplir el aspirante a la caballería. Presentado el documento a 12 de enero de 1656, la toma de hábito se celebró en el Monasterio de la Santa Cruz. Ofició Fr. Ignacio Gabriel de Santander, ciñendo la espada el de Aguilar. De padrino actuó el Marqués de Alcañices, cuñado que fue del Conde Duque, figurando como testigos el de Medina Sidonia, el Corregidor de Valladolid y otros amigos. 

Inhabilitado Gaspar Juan para servir en la corte, como hijo de proscrito, fijo su residenciar en la casa de Huelva. Se llevaron muebles de Sanlúcar, entrando en el lote la tapicería de Constantino e importante cama, incorporada por el duque al mayorazgo, con expresión del deseo de que los señores de la casa, durmiesen en ella. El conde abandonó la casa paterna a 22 de marzo, con su hermano Fr. Domingo, que llevó por séquito un gentilhombre y al lacayo Gasparillo. Mula de Blas Sánchez, de la que fue fiador Juan de Zafra,  quedó enferma en Talavera. Al no reemplazarla el propietario, siguió pleito. Los hermanos se separaron en Córdoba. Gaspar Juan entró en Medina Sidonia el 29 de abril. El 8 de mayo, Felipe IV ordenó al duque servir "con sus estados.., para impedir los designios que la Armada Inglesa tiene, de infestar las costas de Andalucía". Sin caer en que se regresaba al viejo fantasma de invasión, nunca intentada, se tomó en serio el peligro,  debido al temor que inspiraba Cronwell. A la ejecución de Carlos I en 1649, siguió ruptura de la Castilla coronada, con Inglaterra, temiendo el rey más que el reino, la influencia de la revolución. Indefensas las costas, como de costumbre, Cronwell hubiese podido ocupar el puerto andaluz que le pareciese, pero prefería poblar en Indias, por ser territorio más rentable y facilitar, los asentamientos, la práctica del corso y el contrabando.

Incauto el duque de Medina, creyó que ésta vez la invasión iba en serio. A cargo el hijo de las levas,  mandó a los vasallos obedecerle, recordando a milicianos y contiosos que debían acudir, "donde lo pidiere la ocasión".  Pasó el de Niebla a Chiclana, siguiendo a Coníl. Suponiendo que "el enemigo está a la vista y se puede creer sucederá la ocasión de ponerme en la plaza de armas, a donde mi padre me envía", lamentó no poder presentarse   con "decoro", acorde con su rango. Indecoroso vestir de invierno y de negro, "si sucediere algún rebato", al no tener otras cosa que ponerse,  pidió ayuda a Sanlúcar. Considerando razonable la demanda,  los de la Junta mandaron libranza de 2.000 ducados, a retirar en la tesorería de Coníl, para "galas y prevenciones". Al no haberlas en el comercio local, se buscaron en Cádiz.

Al no aparecer el enemigo, el joven se alargó a Puerto de Santa María, para saludar al Duque de Medinaceli. Encontró al Capitán General preparando pasaje de Rota a Chipiona. Con gesto de munificencia trasnochado,  Gaspar Juan ofreció al duque barco, fletado a costa del padre. Hecho el dispendio siguió a Trebujena, absteniéndose de pisar el término de Sanlúcar, por estarle vedado. En la aldea aguardaban Miguel Páez de la Cadena y el alguacil mayor de la villa, con vituallas, algo de pólvora,  para que pudiese cazar, al pasar por el bosque de Doñana y barco para cruzar el río. Los caballos embarcaron en Bonanza. Instalado en Huelva,  el  9 de septiembre se alargó a Moguer con dos barcos, para dar el pésame al Marqués de Bracamonte, por la muerte de un nieto. Al mes siguiente criados procedentes de Valladolid, completaron su casa. A finales de año se recibió la dispensa del servicio en la mar, bajo el pretexto habitual de la "falta de salud", adjuntando la de reemplazar profesión en el convento de Uclés, por dos misas celebradas en cualquier convento o colegio de Huelva. Debía seguirlas portando el manto. Se dijeron en el convento de San Francisco, el 24 de mayo de 1657.  Gastador el conde, en abril confesó agujero de 84.000 reales. "Muy ahogado" pidió ayuda al padre. No podía prestarla, pero suplieron los pueblos, al correr que Gaspar Juan casaba con hija de Luis de Haro. Suponiendo al señor en real gracia, los ediles de Niebla ofrecieron de 150 ducados, sin ser requeridos, destinados a dar brillantez al fasto del enlace, suponiendo que ayuda, prestada  en el último apuro, sería recompensada.  El conde agradeció el regalo en septiembre, a punto de ponerse en camino. 

Josefa se enfrentó a porvenir cantado, a punto de cumplir los 8 años. Con ajuar de sayas, vestidos, ropas de cama y manta de paño franciscano, dejó Valladolid a 16 de abril de 1655, llevando dos coches de camino, algunos criados y 8 acémilas. Pedro de Aragón fue el responsable de jornada, a terminar en el convento de Santa Clara de Montilla. Al pasar por Alcorcón, Juana almorzó con su tía, la Duquesa de Feria. Frecuente que pasase dos noches en la misma posada, por viajar sin prisas, la comidas se adaptaban a las existencias. El menú habitual se componía de huevos, potajes y sardinas en escabeche. Prolongando el paseo cuanto fue posible,  hasta el 3 mayo no fue entregada en cenobio, del que era priora su tía, Margarita de la Trinidad y Córdoba. La niña traía, a cuenta del padre, ración de 180 ducados, 6 fanegas de trigo, igual cantidad de cebada y 80 ducados para una criada, con fondo extraordinario de 300, para dotarse de celda.  Profesor particular, se encargó de instruirla. Que a los 16 años continuase instruyéndose, es prueba de que el claustro pudo llevar endoctrinamiento anejo, pero no ignorancia  enciclopédica.

 En ciertas libranzas, el duque trató de “hija” a Isabel de Guzmán. Residente en Sanlúcar, llegó a Valladolid en junio de 1647, acompañada de una María de Jesús y seguida de cuatro carros con ropa y enseres, que indican posición holgada. Apenas en la ciudad, se invirtieron 4 ducados en guardainfante, que le estaba destinado. Poco después aparece en la contabilidad un niño. Ingresó en la casa de expósitos, con limosna de 66 reales. De tener relación con Isabel, habíamos de concluir que los deberes filiales, reconocidos y asumidos por el Guzmán, en lo tocante a los descendientes ilegítimos en primer grado, no alcanzaban al segundo. En julio y en litera, la muchacha marchó a Monforte de Lemos, en compañía del ayuda de cámara, Francisco Pinatelo.  Tardaron nueve días en llegar, gastando el criado, en destino, 320 reales. Entregada Isabel al P. Rector de S. Antonio, debió pasarla a Portugal por caminos recónditos, pues continuaba la guerra. Reaparece en el convento de Santa Clara de Aldama, bajo el nombre de Sor María de la Cruz. En 1648 se carteaba con su padre, sirviendo de correo Juan de Garcerán,  el criado del marqués de Ayamonte, encarcelado en 1641, por el conde de Peñaranda. Misiva de particular, llamado Fernando Ramires, que llevó con carta del duque, paró en manos de Juan IV, "que tanta era la vigilancia que había". No debía ser importante, pues el rey la hizo seguir al destinatario, con solemne filípica. En cuanto a Garcerán,  desaparece de la documentación. Le reemplazó como enlace, entre el padre y la hija, Flopians, embajador de Inglaterra en Madrid. En 1664 devolvió carta a la monja, con la noticia del fallecimiento del padre.

Habituales las incursiones de portugueses en el Condado de Niebla, el duque clamó: "quiera Dios darnos la paz que hemos menester". En 1652, el Gobernador de Sanlúcar del Guadiana, aviso que en Serpa y Mertola reunían gente, para entrar en el Andevalo. Al no haber mandado guarnición Medinaceli, el Guzmán escribió al concejo de Niebla, ordenando que la milicia estuviese preparada para acudir, "con la presteza y puntualidad que el caso requiere". Debieron atenderle, pues el marqués de Villmanrique, que  informó de saqueos casi diarios, en el marquesado de Gibraleón, por estar la tropa concentrada en la plaza de Ayamonte, no las registra en el Condado. La toma de Olivenza por el Conde de San Germán, en 1657, reavivó las hostilidades. Hubiese deseado el de Niebla participar en la campaña, pero su inminente matrimonio le obligó a pasar a la corte. El 18 de noviembre se firmaron las capitulaciones, haciéndolo el Patriarca de las Indias, en representación de los padres del novio. Los 15.000 ducados anuales, asignados por alimentos al novio, representaban la mitad de los ingresos del padre. La unión de hija de valido con hijo de proscrito, sorprendente vista del exterior, tenía por causa la mala salud de Antonia de Haro. Sospechosa de esterilidad y rechazada, estando a punto de casar, Luis de Haro buscó en los Guzmanes apellido  de alcurnia, que cargase con la hija, sin exponerle a humillante repudio, por tara que podría salpicar a los hermanos, por ser  considerada hereditaria. Antonia murió sin hijos en 1676, sobreviviendo  al  marido en  9 años.


[1] En el poder del Marqués de Tábara, aparece Bartolomé Morquecho como testigo.

[2] Parmentier descansa en el cementerio de Pére Lachaise en París, bajo busto merecido, por sus méritos como botánico. En 1772, tras años de hambruna, la Academia de Besançon convocó concurso, buscando producto que la paliase. Propuso diferentes vegetales, entre los que figuraba la patata. Analizada su composición, en 1773 recibió el premio. En 1785, el rey le dio 30 hectáreas, en la llanura de Sablone, para experimentar tubérculo, conocido en la España del siglo XVI, con el nombre de patata. El Diccionario de la Academia Española, en su edición de 1791, lo define como "comida insípida", dándole el de "papa".

[3] Apenas falleció el X Duque, su hermano Juan Claros de Guzmán, denunció la venta de los cortijos de Trebujena a Palavesin. Probó que la subasta fue suspendida ilegalmente, habiendo aceptado el IX duque que se creciese la deuda, sin exigir comprobantes. El pleito de alcabalas hizo perder a  la casa los cortijos de Monesterejos y La Peñuela, rematados en 42.306 ducados. Rebasada la facultad para vender bienes del mayorazgo, por valor de 100.000, se vendieron hasta 134.706.

[4]  Lance con menos de 50 atunes, que hacían el bol.